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¿Debe compartir mesa Link con la Gioconda y el Quijote?

person Publicado por: DoctorK list En: Entradas comment Comentario: 0 favorite Clicks: 593

Hola de nuevo Percales!

            En esta segunda colaboración en el blog quisiera hacerme eco de una novedad informativa publicada en prensa recientemente y que creo que puede ser de gran interés para aquellos que disfrutamos y amamos el mundo de los videojuegos.

            Me estoy refiriendo a la noticia recogida el pasado 15 de julio en diversos periódicos de tirada nacional, en la que se informaba acerca de la decisión de la Biblioteca Nacional de España (BNE) de comenzar a incluir en su legado la conservación de los videojuegos y de la cultura digital. El motivo de dicha decisión fue muy bien expresado por la directora de la institución, Ana Santos, quien afirmaba tajantemente que  “los videojuegos serán bien de interés cultural [BIC] en el futuro, porque tienen un valor cultural importantísimo como creación artística”  

            Estas afirmaciones pueden enmarcarse en un contexto más amplio de reconocimientos al sector, ya no solo en su condición de objetos de consumo, sino en su vertiente más creativa. En el panorama internacional existen varios hitos en este sentido, entre los que podemos destacar la concesión a Shigeru Miyamoto (padre y creador de las sagas Mario y Zelda, entre otras) de la Ordre des Arts et des Lettres, máximo reconocimiento cultural de la República Francesa, o la puesta en marcha en el año 2012 de la exposición “The Art of Video Games”, realizada inicialmente en el  Smithsonian American Art Museum de Washington y con paradas itinerantes en otras instituciones culturales norteamericanas entre los años 2013 y 2016. En el territorio hispano las cosas han ido un tanto más lentas y no son muchos los reconocimientos que desde el mundo cultural se le han hecho al sector del videojuego. Una importante excepción –y esperemos que sea un verdadero punto de inflexión- se produjo el pasado mes de junio cuando el ministro de Cultura, José Guirao, hizo entrega de un premio a toda su carrera al fundador de Blizzard, Mike Morhaime, en el Gamelab celebrado en Barcelona.

            Es pronto para afirmarlo, pero este apoyo ministerial a la industria y la reciente decisión  tomada por la BNE pueden dibujar nuevos e ilusionantes horizontes para las relaciones entre cultura y videojuegos en nuestro país. Quedará para otro día el papel de las universidades en este ámbito, tanto en investigación como en docencia, si bien os puedo adelantar que se están produciendo iniciativas también muy interesantes. 

           Retomando el hilo con el que iniciábamos este entrada, la lectura de la noticia de la conservación de los videojuegos en la Biblioteca Nacional trajo a mi mente –y a un sinfín de discusiones en las redes- la eterna pregunta ¿es el videojuego un arte? Indudablemente, la respuesta a esta polémica sigue generando controversia y debates acalorados, basculando las posturas entre la defensa a ultranza del videojuego como arte y las visiones más conservadoras, absolutamente contrarias a considerar a este medio algo más que un mero entretenimiento. ¿Vosotros que pensáis? ¿Debe compartir mesa Link con la Gioconda y el Quijote? Os dejo algunas de mis impresiones al respecto.

            Un primer punto que debe ser tenido en cuento a la hora de abordar el valor estético de los videojuegos es el factor tecnológico. Al margen del valor vintage que algunas producciones de los 70 y 80 pueden tener a nuestros ojos, fue la revolución técnica de finales de los 90 la que llevo a los videojuegos a un nivel de complejidad que permitió la puesta en marcha de lo que podríamos denominar, valores artísticos. La mejora de motores gráficos, de sonido, y de duración permitieron comenzar a contar historias visual y temáticamente complejas que comenzaron a coquetear con el concepto de “narración”. Sin intención de elaborar una lista de imprescindibles, seguro que está en la mente de todos nosotros el nombre de títulos como Final Fantasy VII o Metal Gear.

            Las dos décadas siguientes han ido aclarando este posicionamiento artístico del videojuego, abrazando en cierta medida los conceptos de las artes audiovisuales y, de manera muy clara, algunas de las características propias del lenguaje cinematográfico. Dicho más claramente, algunas apuestas de la industria han buscado realizar películas en las que podamos jugar. Beyond Two Souls, The Walking Dead, Until Dawn o, el más reciente, Detroit Become Human (este último terminado ayer mismo, sniff) son un claro ejemplo de historias en imágenes en las que somos espectadores activos, más que jugadores en el sentido clásico del término. Quizá sea en este punto donde resida el principal de los problemas de este subgénero en el sector, la idea de la interacción y la jugabilidad quedan un poco diluidas ante la importancia de la historia. Pero desde el punto de vista artístico encontramos en estos títulos todos los elementos del arte del cine: movimientos de cámara, importancia del montaje, profundidad de campo, escala de encuadre, etc.

            Sin negar lo mucho que estas propuestas han hecho en la dignificación del videojuego como objeto artístico, considero que son otros títulos los que sentarán las bases para el desarrollo de un lenguaje propio para un medio artístico independiente y autónomo. Las obras en las que pienso son juegos en el más absoluto de los sentidos pero, al mismo tiempo, han desarrollado experiencias artísticas muy profundas tanto en la forma como en el contenido, es decir, en lo que cuentan y en como lo cuentan.

            Me refiero a The Last of Us y God of War. En estas dos verdaderas obras maestras encontramos juegos 100% jugables en los que lo estético o narrativo no sustituye a la interactividad con el jugador, sino que los valores propios del cine y de la literatura se entremezclan con el factor plenamente lúdico característico del videojuego. En mi opinión, cada uno de estos títulos es el mejor exponente del videojuego como obra de arte en cada una de sus generaciones.

            El primero de ellos fue el verdadero canto de cisne de la Ps3, si bien su remasterización para Ps4 sigue siendo uno de los mejores juegos de la consola. Los chicos de Naughty Dog nos sorprendieron con un punto de partida con unos mimbres que podían parecer ya conocidos (otro mundo asolado por una plaga zombie) que sin embargo, a poco que le dedicásemos unas horas, nos brindaban una de las historias más intensas emocionalmente hablando que este arte nos ha proporcionado. El apocalipsis no importa, la epidemia es secundaria, solo la relación entre un hombre y una niña, y la de ambos con la supervivencia, se ubican en el epicentro de la trama. El guión de Last of Us está, quizá por primera vez en la historia del videojuego, a la altura del mejor de su año en el mundo del cine o la televisión. La historia de Joel y Ellie es al videojuego lo que Maus fue al comic. El mundo del arte por fin nos respetaba, y ya nadie hablaría de un entretenimiento para niños tras haber jugado el prólogo con Joel…

            Y para finalizar estas breves impresiones, quisiera dedicar unas líneas (aunque merezca ríos de tinta) al que para mí es el mejor juego de la Ps4 (tanto en su sentido clásico como en la visión artística) a la espera de lo que esté por llegar (¿Last of Us II en 2020?). God of War, la magna obra de mi idolatrado Cory Barlog, parte de unos presupuestos bien diferentes al juego previamente mencionado y sin embargo el diálogo entre ambos es más que evidente. Con God of War no se parte de una historia inédita, sino que existe el peso de una saga de éxito venida a menos y en marcada crisis. Por ello Barlog y su equipo, se enfrentaron a la renovación de Kratos y su mundo en un momento donde, para ser honestos, no muchos contaban con el éxito de la misión. El proceso ha sido contado recientemente en un documental, ya de culto, titulado Raising Kratos.

            Sin entrar en grandes detalles, el resultado es inmejorable y el proceso de madurez visual y narrativa son dignas de elogio. Los éxitos de esta nueva aventura son muchos: la reconversión del personaje de dios violento y vengativo a padre temeroso y repleto de dudas; el cambio de escenario de la mitología griega a la nórdica; la introducción de un personaje como Atreus, no jugable directamente pero fundamental en términos narrativos; el minimalismo a la hora de introducir pocos actores en la tragedia, y un largo etc. Muchos de estos aciertos se miran directamente en el espejo de Last of Us pero en ningún caso son meras copias acríticas, sino que Barlog toma modelos de inspiración para llegar a resultados totalmente novedosos (¿no es acaso este proceso el que sigue toda la historia del arte?).

            Son innumerables los aspectos del contenido que se me quedan en el tintero, pero sería injusto considerar el valor artístico de God of War solo en términos de guión o historia. Es también una elección técnica la que hará que este juego ocupe un lugar en la historia del arte audiovisual, ya que, la totalidad del juego (ya sea en gameplay o cinemáticas) está concebido y “rodado” en un único plano secuencia (de más de 30 horas!!!), es decir, no existen cortes ni fundidos entre planos. Nunca perdemos a Kratos de vista durante todas las horas de juego. De este modo, se consigue una fluidez visual en el relato nunca antes vista, que proporciona una potente intensidad emocional a la narración.

            Cory Barlog logró lo que Orson Welles solo pudo soñar y ha sido el videojuego el que ha llevado a su máxima expresión una técnica nacida y desarrollada en el mundo del cine.    

            Retomando la pregunta inicial, ¿debe ser el videojuego considerado un arte? A la luz de los ejemplos citados, creo firmemente que sí, un arte en toda regla que bebe de los recursos de la literatura, el cine, el comic o la pintura, y que, paulatinamente, va desarrollando un lenguaje estético propio, hasta que irremediablemente todos nos encontremos con Kratos y Atreus en Valhalla…   

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